segunda-feira, 10 de agosto de 2009

El decir de los médanos movientes – Martín Palacio Gamboa



Poética del ser y del instante. O tal vez del ser en el instante. Curiosa y lograda muestra de lo que se ha dado en llamar poesía metafísica, la obra de Rodrigo Petronio se inscribe en una extensa tradición donde la escritura anhela el develamiento, racionalidad que no reclama adentrarse en el concepto, sino en lo que el concepto mismo calla. Y si se tiene en cuenta lo tangencial de este modo discursivo, veremos que el autor busca un navegar más allá de la grafía tratando de llegar a lo vital, aunque eso entrañe un cierto desencanto frente al entramado fenoménico que nos rodea y somos: Vaga entre esos objetos/ resolutos en su insignificancia;/ déjate perder en ellos./ Fotografías, lentes, cubiertos,/ porcelanas con edad aún/ de ser calculada: siente la química/ benigna que cada uno de ellos/ expele y guarda, posa las manos inermes/ sobre esos fósiles animados,/ muñidos, cada cual, contra/ los soles y piernas diarias,/ de su esperanza abyecta de tan evidente. Una evidencia que a través de la fragmentación de la mirada, operada en los encabalgamientos bruscos y el hipérbaton, totaliza la representación distópica del mundo, un lugar de disolución para objetos y seres inmersos en su unidad física ante la multiplicidad temporal y perceptiva. De allí que la poesía asuma, entonces, ser el reflejo fiel de una porosidad cognoscitiva que superpone las distintas secuencias de la realidad y su superficie negadora de sentido: Reposa tu conciencia en esa fauna/ recién nacida, amigo, aprende/ a amar esos dioses/ nocturnos. Un día has/ de frecuentar ese reino de rencor; /ausente de misterio.
Como habrá sido de notar, esa modalidad del decir se acerca en Petronio al estallido semántico del aforismo: el poeta obra habitado por una creencia, una convicción no expresa que, junto con otras, constituye el ámbito implícito donde se produce la interpretación. Toda obra supone la asunción de un sistema más o menos coherente de creencias, lo que implica una hermenéutica que rebasa la acción y su inmediatez. En este caso, el de saber que la percepción del tiempo deriva siempre en el problema de la percepción del yo: Miro a cada uno de los que alrededor mío se renuevan/ Como quien ya no guarda ningún lastre con los vivos./ Sé que aún estaré aquí sentado/ Por muchas y muchas vidas que se hilvanan./ Otro será el rostro en mí grabado. Ante lo inconmensurable, Petronio recupera la concepción teológica de lo finito como conciencia atenta de los límites u obstáculos a su posibilidad de ser, esto es, a su potencia. Si para Hegel el infinito es la realidad misma en cuanto ilimitada potencia de realización, en cuanto Absoluto, lo finito es lo que no tiene bastante poder para realizarse. Desde este punto de vista, lo finito es irreal y encuentra su realidad solamente en lo infinito y como infinito. Por eso, también, lo terrible de esos versos: nuestra existencia se resume en ser para no ser. Tal vez morir sin dar noticia o margen/ al equívoco, rayar con trazo quirúrgico/ la complexión frágil de ese cuerpo por milenios/ arquitectado, e interrogar callado/ si el trabajo de los milenios quiso/ exactamente eso. Plotino identificó la eternidad con el modo de ser propio del mundo inteligible, o sea con “lo que persiste en su identidad, con lo que está siempre presente a sí mismo en su totalidad, que ahora no es esto y luego aquello, sino que, en su conjunto, es perfección indivisible, como la de un punto en el cual se unen todas las líneas sin expandirse fuera de él: un punto que persiste en sí mismo en su identidad y no sufre modificaciones, que existe siempre en el presente, sin pasado ni futuro, sino que sea lo que es y lo sea siempre”. Plotino repite a este propósito la anotación parmideana y platónica: eterno es lo que no era ni será, sino que solamente es. Sin embargo, ese situarse en la perspectiva de la lógica de la repetición, encontrando su legitimación en un acto fundacional originario reproducido ritualmente no deja de ser una nostalgia de lo imposible. Petronio observa que nuestras categorizaciones temporales se encierran hoy dentro de la variación, ya que todo se resume en generar/ diariamente/ una/ arquitectura/ del aire. Al no existir ya jerarquías de perfección, ante la desaparición de la centralidad de la referencia, las diferencias no pueden ser pensadas en virtud de la relación que puedan guardar con la identidad. No hay soluciones para el problema de la oposición entre sujeto e historia. Es más, éste deja de ser un problema, puesto que desaparecen los esquemas simbólicos desde los que era percibido como tal. Se impone, por tanto, un tiempo pluridimensional, ambiguo, reversible, polivalente.
Uno de los poemas en que el desborde visionario de esta vivencia se transforma en una instancia epifánica de la lectura, Ruinas circulares, afirma que ya es el tiempo de pasar revista a las substancias./ Y es el tiempo de la resurrección del verbo./ Y es el tiempo de la paz solar de las hierbas/ Que cavan el bronce eterno con su mortalidad./ Tiempo de la música que levanta al espíritu enfermo/ Y mueve la mente a preescrutar la razón de su llaga./ Tiempo que traduce al ser viviente/ En una belleza que los monumentos no abrazan. Es de suponer que esa aprehensión, ubicua e instantánea, de la instauración de la existencia en el transcurrir del tiempo surge de la angustia que suscita el devenir, teleológica ausente que nos vuelve médanos movientes de un desierto. No sería -por lo tanto- de extrañar que ese hecho mínimo, hipostasiado en los íntimos repliegues de nuestra percepción, nos lleve a contemplar una aceleración de los acontecimientos al punto de producir su propia reversión, su autoanulación antes de consumarse: No hay concepto. Túmulo de aire. Toda la filosofía muere en quien la escribe./ Dioses precarios. Palabras cultas que ocultan el retorno al barro. No explican la inmundicia./ No explican la bala que instalo en la cabeza en homenaje a los gusanos./ … Realizo el viejo recorrido de los hombres sin nombre./ La vieja trayectoria de los astros sobre la piel. No la recuperación. No la resurrección./ Que mata más de lo que transfigura. Que consume más de lo que conserva. Salvando las diferencias que se pueden objetar en este breve comentario, Petronio, al igual que Foucault, instala los hechos humanos en la rareza, esto es, en el inmenso vacío desde el que no es posible una lectura racional. Reduce el acontecimiento mismo a la calidad de objetivaciones contingentes de prácticas sociales singulares. En consecuencia, el poeta hace de la gramática y su cadencia un movimiento inestable y sincopado que se inserta en la preconceptualidad, puesto que la representación remite a la acción concreta desde la que el hablante lírico se dirige hacia un mundo no inmanente. De esta forma, la conexión lineal entre los sucesos registrados y la evolución finalística de categorías humanas universales se desmoronan ante una secuencia de rupturas, de discontinuidades, de la desintegración de su sentido trascendente.